Me invitan a la fiesta privada que ofrece la discográfica de Beyoncé después de su concierto en Barcelona. Se celebra a puerta cerrada en un famoso tablao flamenco en el que Miguel Poveda cantará para la diva y un reducido grupo de cincuenta personas. Hay pocas caras que no me resulten familiares: Albert Rivera, Joan Laporta, Luz Casal, David Meca. La cantante americana saluda con mucha educación a los presentes y comparte con ellos bromas e impresiones de su concierto. Nada más lejos de la imagen gélida y distante que se ha fabricado de ella. Observo la escena a cierta distancia, agazapado junto a los servicios, un poco abrumado por el ambiente. Entonces Beyoncé comienza a caminar en mi dirección y me parece una buena oportunidad para tenderle tímidamente la mano.
—Ha sido un concierto increíble. Encantado de conocerte. 
Ella me aparta de un empujón y entra en el servicio de señoras. Me ruborizo automáticamente y me quedo petrificado. Tardo unos segundos en reaccionar y me doy cuenta de que no quiero estar allí cuando Beyoncé salga del baño. Camino hacia el otro extremo de la sala y me escondo detrás de un altavoz. Intento sobreponerme a la humillación apurando mi copa pero no da resultado. Quiero marcharme de allí. A tomar por saco Beyoncé y su corte de famosos. Me dirijo hacia la salida y entonces alguien toca mi hombro. Me giro. Es Beyoncé.
—Te estaba buscando —dice—. Quería pedirte disculpas por lo de antes.
—No... no te preocupes —balbuceo. 
—Perdóname, por favor, pero es que me estaba cagando.
—No... no pasa nada.
—¿Tú sabes —dice agarrándome por los hombros y mirándome con los ojos muy abiertos—, tú sabes las ganas de cagar que me entran después de cada concierto?
—Pues...
—Yo creo que son esas bebidas energéticas que me revuelven todo por dentro. Me sientan fatal. Luego me paso tres horas dando saltos y la mierda va para abajo y me acabo jiñando viva. 
—Ya...
—¿Te has fijado en que durante la última media hora ya no había tanto baile?
—Pues la verdad...
—Es que digo: me cago. Doy un paso más y me cago. Y, claro, tengo que aguantar el apretón ahí sentada en el escenario sin dar una nota de más porque me voy de vareta.
—Claro...
—Te juro que acabo la mitad de los conciertos con unos cagarros en las bragas de medio kilo. ¿Te lo puedes creer?
—Bueno...
—No puedo más. Un día me pongo a cagar allí en medio del escenario como el Rey del Pollo Frito. 
Beyoncé inclina la cabeza, se muerde el labio inferior y me mira con expresión infantil.
—Bueno. ¿Entonces me perdonas?
—Claro. No te preocupes, de verdad...
—¿Me invitas a beber algo?
—Faltaría más. ¿Qué quieres tomar?
—Un Red Bull
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